Reaparecer es respirar otra vez... por la nariz
sábado, octubre 21, 2006
Por Adolfo Bazán Coquis

Narices sometidas a involuntarias cirugías plásticas, rodillas que no soportan un masaje más, tobillos reforzados con vendas, piernas con cicatrices invisibles... Quizá no haya tormento mayor ni tortura peor para quien ama pegarle a la pelota que sufrir una lesión que lo convierta a uno, en un santiamén, de jugador empedernido a espectador aburrido.

Cada sábado, cada miércoles, fruto de la pasión y a veces de la torpeza -casi nunca de la maledicencia, por suerte- la lista de lesionados en Balón y Pluma cambia de nombres, pero a diferencia de las loterías y las boletas para raspar (“me tinka”, “yala”, “ahora sí”, “vamos Diosito que he sido bueno”) en esta ruleta de la sanidad todos han acertado alguna vez la casilla ganadora.

Ejemplos, a montones. O quien no recuerda el codo dislocado de Miguel Ramírez (¿se imaginan el dolor que le debe haber provocado tener que empinarlo en cuanto bar con aserrín hay en lima?), el ojo amoratado de Renato Cisneros (y el coqueto guiño permanente con que espantó a más de una núbil fémina), el corte de ceja a la moda de Juan Ponce (a falta de piercing, buenas son suturas) y el amoratado tatuaje que crecía y crecía y crecía en el entrecejo de este servidor, para no mencionar los innumerables esguinces, torceduras, estiramientos, desgarros, calambres, golpes y demás males que nos acompañan todas las semanas.

A decir verdad, a estas alturas, habría sido una buena idea extender la membresía de nuestro querido club sin carnet a alguno que otro médico. Imaginemos sino la noticia:
- Señores, esta semana se va a incorporar el doctor fulano de tal.
- ¿De qué juega?
- De nada, pero nunca se desprende de su maletín.
- ¿Y va a seguido?
- Sí, pero no hay que cobrarle, porque nos puede atender en su consultorio baratito, nomás.
Sin duda, ante tamaña muestra de profesionalismo, la capitanía y la titularidad estarían aseguradas para el seguidor de Hipócrates, pero como este es un grupete de gente vinculada con las letras, lo más cercano que estamos de tener un asistente médico en campo son los ungüentos. Y Eugenio Maestri, que de doctor tiene el título que le otorga la calle, pero bienintencionado es.

Lo más enternecedor de todo es que, aun cuando la lista de peloteros por momento se convierte en una tachadura momentánea de apellidos, las reapariciones están a la orden del día, aunque algunas demoran. Si no lo sabré yo (perdonen el singular), que me mantuve casi medio año fuera de las canchas por una operación que no tuvo relación alguna con el juego, pero sí con la oncología.

En todo caso, allí están los testimonios recientes de Raúl Arévalo, que volvió el sábado feliz de la vida a pisar el verde artificial, tras largos meses en los que aprendió a respirar por la boca porque su tabique le dijo “basta de golpes, por favor”. O Gonzalo Podestá, quien omitió toda recomendación casera y retornó para marcar goles los miércoles, aunque ya varios se ofrecieron a enviarlo de nuevo a su hogar, dulce hogar.

Todo reencuentro con la pelota es parecido porque el corazón se estruja con el temor escondido a una nueva lesión, el físico nos traiciona y la falta de precisión con el balón en los pies se hace más que evidente, pero lo que vale, lo realmente importante es volver. Nada más deportivo que la reaparición, nada más digno que eso, nada más anhelado.

Y no la resurrección, porque esa se la dejamos al benemérito y sexagenario Mario Fernández, que él solito se merece todo un Tiempo de Descuento para otra ocasión.
 
posted by Balon y Pluma at 12:34:00 p.m. | Permalink


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